Publica "El Universal":
Tres personajes, Sebastián, Héctor y Amanda, tejen una historia de
amistad y de amor, de descubrimiento de la vida, y, sobre todo, del
tránsito a la adultez. Ellos habitan la novela “El nido” del escritor y
periodista venezolano José Luis Lozada, de Ediciones B.
Lozada vive desde hace tiempo en Madrid, donde “estoy
dedicado a la producción audiovisual.
Trabajo en una agencia en la que
llevo la selección y el casting de extras, modelos y actores”. Desde
allá, responde la entrevista vía correo electrónico.
"Es inevitable que la narrativa actual redunde en el tema de la situación del país porque es nuestra manera de plantear esas miles de preguntas que nos fuerzan a intentar contestar lo que nos está sucediendo como país, como sociedad"
-Usted reside en España, ¿qué realiza actualmente?
-Desde hace mucho tiempo estoy dedicado a la producción
audiovisual. Trabajo en una agencia en la que llevo la selección y el
casting de extras, modelos y actores. Casi toda mi vida profesional en
España ha discurrido por ese camino. Damos ese servicio a productoras de
series de televisión y películas. Sobre la escritura, es ineludible
para mí escribir, aunque llevo un tiempo evitándolo, huyendo, realmente.
Y como no deja de perseguirme, estoy intentando retomar el hábito
porque me hace más daño no hacerlo.
Después de escribir esta novela
acabé deshecho. “El nido” me ha consumido y me ha dejado seco y
aterrado. Suena muy dramático, lo sé, pero esa es la verdad. Después de
escribir hace tres años esta historia he experimentado el tan temible
bloqueo, y es terrible estar en ese limbo. Bueno, evitemos el drama y
digamos que he tenido un largo parón que estoy intentando solucionar.
-Llama la atención percibir que la novelística
venezolana reciente suele aludir a la situación actual del país. ¿Es su
caso? ¿estaba en su intención, al escribir "El nido" que los personajes
de alguna forma estuvieran inmersos en esa situación?
-Es inevitable que la narrativa actual redunde en el tema
de la situación del país porque es nuestra manera de plantear esas
miles de preguntas que nos fuerzan a intentar contestar lo que nos está
sucediendo como país, como sociedad. Ahora mismo no hay forma de
escapar. Se escribirá durante mucho tiempo sobre este período de nuestra
historia, de eso no me cabe la menor duda. Aún queda mucho por entender
porque creo que ni siquiera hemos empezado a hacerlo. Eso lleva tiempo;
y con el tiempo, a su vez, adquieres la distancia necesaria para la
reflexión. Ahora mismo, los que escribimos, estamos vomitando, como los
enfermos. El país está enfermo y esa enfermedad nos alcanza a todos,
absolutamente a todos, incluidos los que llevamos tanto tiempo fuera. No
es exagerado afirmar que, a los que escribimos, nos gusta y nos atrae
la enfermedad.
-“El nido” comienza a finales de 1988 y culmina en 1999.
Nunca me planteé hacer una crónica de este período, no al menos
conscientemente; y “El nido” no lo es. Hay hechos puntuales y decisivos
que nos ubican en ese tiempo porque para mí era importante situar la
adolescencia y los primeros años de juventud de los personajes en esta
década, ya que, como el país, coincide con el período en el que se
incuba al adulto que todos seremos, y con el país que posteriormente
fue, el país de hoy. Fue una década muy rica en el que la ilusión y el
camino hacia el cielo se truncaron de golpe. La realidad nos dio a todos
una bofetada.
El país bonito empezó a romperse y salió a relucir otro
que estaba escondido esperando su momento para asomar la cabeza. Ambos
países tenían que encontrarse. Es lo mismo que crecer y dejar atrás la
infancia: es inevitable y doloroso. Pero los personajes de esta novela
son muy jóvenes para entender esto. Ellos solo viven para llegar a ser
lo que sueñan, poco les importa lo que sucede. Cuando eres adolescente
el mundo gira alrededor de ti, tú eres la última frontera. Sebastián y
Amanda crecen en esta Venezuela. La Venezuela que yo conocí. Ahora mismo
sería incapaz de escribir sobre el país que hoy es Venezuela, por pudor
y por respeto a todos los que viven y sufren en sus propias carnes al
país.
-El hecho de estar viviendo actualmente en Madrid
y que el personaje Héctor se va a vivir precisamente a esa ciudad, hace
pensar en que puede haber un tono autobiográfico en la novela ¿es así?
-Pues no voy a negar que hay mucho de mí en esta novela,
incluso más que en “Cuatro estaciones y una voz”, mi primer libro
publicado por Ediciones B. Siempre hay mucho de quien escribe en sus
historias. Sería una tontería aclarar lo que ha sido real y lo que no
porque tampoco he escrito una parte de mi vida, sí me he aprovechado de
ella para desarrollar esta historia, como me he aprovechado de muchos de
quienes me rodean.
"La mayor defensa de Venezuela la he visto siempre de la boca de esos hombres y mujeres que dejaron atrás sus países para irse a construir una vida desde cero en el nuestro y que ahora tienen que volver obligados por la situación"
-Venir a Madrid partió mi vida en dos, y no hay mayor
dolor en esta afirmación, pero sí la punta de un alfiler que te pincha
de vez en cuando. Quien ha dejado su país sabe a lo que me refiero. Esta
historia empezó a gestarse hace muchos años, pero yo no había adquirido
la distancia necesaria para entender sobre lo que estaba escribiendo,
así que no pude seguir. Tiempo después pude retomarla porque ya
Venezuela estaba a muchos años de mí. He escrito sobre el tiempo en el
que viví, la Caracas que yo conocí. La música que escuché, los libros
que leí y que me formaron, y a los que intento homenajear aquí porque
constituyeron un refugio y una vía de escape de la realidad.
-Es interesante ver que durante mucho tiempo fue
Venezuela la que recibía a los inmigrantes, y ahora este es un país de
emigrantes, ¿cómo ve usted esa situación? De hecho, su novela comienza
con la migración, el retorno de una familia española...
-Sí, “El nido” es un viaje desde el principio hasta el
final. De idas y de vueltas. Yo fui la primera persona de mi familia que
abandonó el país, a mis padres jamás se les había pasado por la cabeza
que eso pudiera suceder porque somos una familia típica venezolana. Los
venezolanos no salíamos nada más que por placer, nosotros recibíamos, es
cierto, pero los esquemas han cambiado, eso es más que evidente. Sin
embargo, me interesaba hablar de esta familia en la que uno de sus
miembros vivió como ella misma dice “treinta cinco años con el fantasma
pegado a la nuca”.
La madre de Héctor llega a Venezuela desde que era
una niña y, sin embargo, aún conserva su acento gallego, sus costumbres,
su comida, porque fue criada para ello: para que no olvidara nunca de
donde venía. Eso es muy importante, sí; pero también significa alejarte y
elegir vivir en la diferencia para conservar, en este caso, la esencia
de un país al que apenas has conocido a través de lo que te han contado;
porque este personaje apenas tiene recuerdos de su país de origen. Me
resulta muy interesante porque a fin de cuentas, es este el personaje
que más sufre cuando vive en Madrid, tanto que manda a traer todas sus
cosas en un barco para decorar su casa exactamente igual a como la tenía
en Venezuela.
-Debo decir también sin miedo a equivocarme que a
Venezuela no la ha querido nadie como la quieren todos esos inmigrantes
que llegaron a forjarse un porvenir. La mayor defensa de Venezuela la he
visto siempre de la boca de esos hombres y mujeres que dejaron atrás
sus países para irse a construir una vida desde cero en el nuestro y que
ahora tienen que volver obligados por la situación. Sé de muchos que se
niegan en redondo cuando tienen todas las posibilidades diciendo: yo no
voy a volver a ningún sitio porque mi país es este y no me lo van a
quitar. Está claro que cabe preguntarse si ahora mismo nos podemos
permitir tales romanticismos, pero eso ya es otra cosa.
-En una parte del libro, se relata la historia de un ruso en las playas de Choroní ¿es suya o es un mito aragüeño?
-La historia del ruso es otro viaje, otra huida para
olvidar el dolor, el engaño, la culpa y la miseria moral. La historia de
este personaje es el viaje definitivo para construir una identidad
propia porque ha vivido siempre una vida que no es la suya. Sí, es una
historia mía. Una historia dentro de la historia en la que quise
recuperar la oralidad de los relatos porque es Amanda quien la cuenta
como nos contaban nuestros abuelos ciertas leyendas, al menos mi abuelo
hacía eso conmigo y con mi hermano y de allí creo que me viene la
semilla de querer contar. Creo que es la parte más venezolana del libro,
y cuando digo venezolana me refiero a la esencia natural del país como
mito paradisíaco en el que Choroní es el lugar de la redención. Como
aragüeño me gusta que el paraíso esté justamente allí, en medio de esa
selva nublaba que es el Henri Pittier, como escritor me lo puedo
permitir (risas). La historia de Fyodor Dmitriyovich Petrov es un
desahogo también, es una oportunidad para hablar de las atrocidades y
los crímenes que parece estamos destinados a repetir una y otra vez.
-¿Y sobre la historia de Ramón, el árbol limonero?
-La naturaleza formó parte de mi educación sentimental
así que imagino que por allí van los tiros. Volvemos a mi abuelo que
plantó un árbol de frutas por cada uno de sus nietos, así que imagina lo
que para él significaban. Y a mi abuela, a quien desde pequeño ayudaba
con su pequeño vivero y sus rosales, a los que no descuidaba nunca.
Acompañarlos a regarlos, podarlos y sembrarlos era para mí un ritual
sagrado y respetuoso porque siempre había una especie de silencio sacro
alrededor. Para ellos era natural y no creo que sean conscientes de lo
que para mí significaba su manera de relacionarse con las plantas.
Siento una conexión profunda con las matas desde pequeño, no lo puedo
evitar. Cuando hacía cosas que no estaban bien me subía a los árboles de
la casa de mi abuela para que no me alcanzaran y allí permanecía hasta
que les pasaba el enfado. Uno de mis gatos se llama Samán. No puedo
darte más razones que esas, la vida está allí, en ellos. Si Dios existe,
debe vivir en un árbol.
-¿Considera que su libro es de temática gay?
-Mi libro cuenta una historia en la que uno de los
protagonistas se enamora de otro chico y la ausencia de ese personaje es
lo que me sirve de excusa para contar todo lo que hay en “El nido”. Los
libros son buenos o malos, e incluso regulares, no son masculinos,
femeninos o gays. Las etiquetas simplifican, nada más. Hay gente a las
que les sirven porque se sienten más seguras clasificándolo todo,
creyendo que tienen la certeza de algo. No deja de ser discriminatorio
también, pero por suerte cada día es más obsoleto esto de clasificar a
la literatura por géneros según los gustos del protagonista. No me
molesta tampoco que se diga que es de temática gay, más bien me
entristece porque lo simplifica, y lo limita a ser una sola cosa.
-Luego de "El nido" ¿qué viene a continuación?
-No sé qué habrá después de “El nido”, aún me estoy
recuperando como bien te decía en la primera pregunta. He pensado muchas
veces en retomar algún personaje de mi primera novela, pero aún no me
decido definitivamente. Si lo hago no creo que sea con las
características formales de una saga. No he leído nunca ninguna como
tal, así que te contestaría desde la teoría. De momento no me interesan
este tipos de historias porque no he sentido la necesidad real de
continuar con lo que yo considero, está acabado. Para mí, hasta ahora,
ha sido sano despedirme de los personajes.
-Puedo asegurarte que ni se me ha ocurrido plantearme la
historia en otro formato como el cine. No dejaría de ser halagador que a
alguien le interesara para llevarla a la pantalla. Pero sería solo un
instante de vanidad (que a veces viene muy bien) porque “El nido”, la
historia que yo he escrito, es una novela. En pantalla sería cosa de
otro, no la mía.
http://www.eluniversal.com/noticias/cultura/nido-jose-luis-lozada-pais-bonito-empezo-romperse_641723
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