Publica "El País":
Llegó en busca de un sueño y encontró la muerte. La noche de su asesinato Lucrecia Pérez, de 33 años y de origen dominicano, cenaba en compañía de otros compatriotas en una discoteca abandonada que les servía de refugio, en el barrio de Aravaca (Madrid). En otro punto de la ciudad, unos jóvenes de ultraderecha decidieron “dar un susto a los sudacas”. Un susto de dos tiros, uno de ellos en el corazón. Aquel 13 de noviembre de 1992, hace este lunes 25 años, España se dio de bruces con una realidad que entonces ignoraba: Lucrecia murió por ser negra. Era su víctima número uno del racismo.
En esa España de principios de los noventa, ni el fenómeno migratorio -cuyo auge comenzó a finales de esa década- ni las actitudes racistas formaban parte de la agenda. Pero eso cambió de manera radical con el crimen de Lucrecia. “No fue el primer delito de odio, pero hasta ese momento, no se habían contabilizado. Supuso un salto, ser conscientes de que el racismo podía adoptar la forma más violenta”, recuerda Mikel Mazkiaran, secretario de la Federación Estatal de SOS Racismo.
Una amenaza real que se vivió con especial miedo entre la comunidad dominicana. “Todas éramos Lucrecia. La mataron por el color de su piel y por ser pobre”, recuerda Rafaela Pimentel, que llegó a España apenas unos meses antes que Pérez. Procedente de la misma región de República Dominicana, Pimentel no llegó a conocer a su compatriota asesinada, pero explica cómo los vecinos del barrio miraban con recelo a una inmigración a la que España aún no estaba acostumbrada. “Éramos personas diferentes, de color. Y casi todas éramos del mismo país”, recuerda.
Los días anteriores al suceso, las tensiones a las que se refiere Pimentel habían alcanzado momentos críticos. “Aquí no nos quería nadie. Llamaban a la policía y nos decían que no querían negros” cuenta otra compatriota, Dorca Torres, que llegó a España en el mismo avión que Lucrecia, a quien describe como una persona “muy tímida, reservada, muy humilde”. Los conflictos, según Torres, acabaron tras el asesinato. “Fue un cambio de 180 grados”, concluye.
"No todos mataron a mi madre"
“No todos mataron a mi madre; fueron cuatro”. Kenia Carvajal, la hija de Lucrecia Pérez, se refirió así este domingo a la muerte de su madre, asesinada por cuatro jóvenes de extrema derecha, uno de ellos guardia civil. “Aunque lo que nos pasa es doloroso, nos deja secuelas y no se nos va a olvidar nunca, tenemos que esforzarnos por convertir el odio en tolerancia”, añadió Carvajal, durante la manifestación contra el racismo celebrada en Madrid. La marcha contó también con la presencia del presidente de Movimiento contra la Intolerancia, Esteban Ibarra, quien pidió al Gobierno una ley integral contra los delitos de odio.
En la actualidad, los insultos, las amenazas y las frases ofensivas son los tipos de discriminación más frecuentes junto con el racismo institucional, según datos de SOS Racismo. En concreto, los conflictos en el ámbito vecinal. Comentarios como “son muy ruidosos”, “ocupan las plazas” o “generan peleas” no son difíciles de escuchar entre los vecinos de distritos como el de Tetuán, uno de los que concentra mayor número de inmigrantes en Madrid. “Un conflicto racista puede empezar por el volúmen de una televisión, cuando en la disputa se hace referencia a la nacionalidad”, asegura Mazkiaran, responsable de la Organización.
Hoy la sombra de Lucrecia Pérez es alargada. Especialmente en Aravaca, donde casi todo el mundo conoce su nombre y donde cada año se realizan homenajes. 25 años después del crimen, su historia sigue viva, incluso, entre los que no habían nacido. Es el caso de los Fanatics de Aravaca, un grupos de veinteañeros, hinchas del equipo de fútbol local, que han pintado con sus propias manos el mural con la imagen de Lucrecia con el lema Aravaca, libre de racismo que preside uno de los parques del distrito. Sobre él se depositaron dos coronas de flores y se encendieron tres velas, la única luz que alumbraba a Lucrecia la noche que la asesinaron.
Llegó en busca de un sueño y encontró la muerte. La noche de su asesinato Lucrecia Pérez, de 33 años y de origen dominicano, cenaba en compañía de otros compatriotas en una discoteca abandonada que les servía de refugio, en el barrio de Aravaca (Madrid). En otro punto de la ciudad, unos jóvenes de ultraderecha decidieron “dar un susto a los sudacas”. Un susto de dos tiros, uno de ellos en el corazón. Aquel 13 de noviembre de 1992, hace este lunes 25 años, España se dio de bruces con una realidad que entonces ignoraba: Lucrecia murió por ser negra. Era su víctima número uno del racismo.
En esa España de principios de los noventa, ni el fenómeno migratorio -cuyo auge comenzó a finales de esa década- ni las actitudes racistas formaban parte de la agenda. Pero eso cambió de manera radical con el crimen de Lucrecia. “No fue el primer delito de odio, pero hasta ese momento, no se habían contabilizado. Supuso un salto, ser conscientes de que el racismo podía adoptar la forma más violenta”, recuerda Mikel Mazkiaran, secretario de la Federación Estatal de SOS Racismo.
Una amenaza real que se vivió con especial miedo entre la comunidad dominicana. “Todas éramos Lucrecia. La mataron por el color de su piel y por ser pobre”, recuerda Rafaela Pimentel, que llegó a España apenas unos meses antes que Pérez. Procedente de la misma región de República Dominicana, Pimentel no llegó a conocer a su compatriota asesinada, pero explica cómo los vecinos del barrio miraban con recelo a una inmigración a la que España aún no estaba acostumbrada. “Éramos personas diferentes, de color. Y casi todas éramos del mismo país”, recuerda.
Los días anteriores al suceso, las tensiones a las que se refiere Pimentel habían alcanzado momentos críticos. “Aquí no nos quería nadie. Llamaban a la policía y nos decían que no querían negros” cuenta otra compatriota, Dorca Torres, que llegó a España en el mismo avión que Lucrecia, a quien describe como una persona “muy tímida, reservada, muy humilde”. Los conflictos, según Torres, acabaron tras el asesinato. “Fue un cambio de 180 grados”, concluye.
"No todos mataron a mi madre"
“No todos mataron a mi madre; fueron cuatro”. Kenia Carvajal, la hija de Lucrecia Pérez, se refirió así este domingo a la muerte de su madre, asesinada por cuatro jóvenes de extrema derecha, uno de ellos guardia civil. “Aunque lo que nos pasa es doloroso, nos deja secuelas y no se nos va a olvidar nunca, tenemos que esforzarnos por convertir el odio en tolerancia”, añadió Carvajal, durante la manifestación contra el racismo celebrada en Madrid. La marcha contó también con la presencia del presidente de Movimiento contra la Intolerancia, Esteban Ibarra, quien pidió al Gobierno una ley integral contra los delitos de odio.
En la actualidad, los insultos, las amenazas y las frases ofensivas son los tipos de discriminación más frecuentes junto con el racismo institucional, según datos de SOS Racismo. En concreto, los conflictos en el ámbito vecinal. Comentarios como “son muy ruidosos”, “ocupan las plazas” o “generan peleas” no son difíciles de escuchar entre los vecinos de distritos como el de Tetuán, uno de los que concentra mayor número de inmigrantes en Madrid. “Un conflicto racista puede empezar por el volúmen de una televisión, cuando en la disputa se hace referencia a la nacionalidad”, asegura Mazkiaran, responsable de la Organización.
Hoy la sombra de Lucrecia Pérez es alargada. Especialmente en Aravaca, donde casi todo el mundo conoce su nombre y donde cada año se realizan homenajes. 25 años después del crimen, su historia sigue viva, incluso, entre los que no habían nacido. Es el caso de los Fanatics de Aravaca, un grupos de veinteañeros, hinchas del equipo de fútbol local, que han pintado con sus propias manos el mural con la imagen de Lucrecia con el lema Aravaca, libre de racismo que preside uno de los parques del distrito. Sobre él se depositaron dos coronas de flores y se encendieron tres velas, la única luz que alumbraba a Lucrecia la noche que la asesinaron.
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