Publica "La FM.com":
Todo pasó muy rápido y en unas semanas estaba concursando en uno de los programas de más audiencia de Uruguay.
María Gracia Sosa tuvo una pistola apuntando a su cabeza hace menos de cuatro años en Venezuela, víctima de un secuestro exprés. Un año después, escapando de la inseguridad y la crisis, migró a Uruguay, donde acaba de ganar el concurso MasterChef.
“Es un cuento de hadas”, relató en su casa de Montevideo. “La pasión por la cocina estuvo siempre, y siempre he sido súper fan de MasterChef, pero nunca imaginé que iba a tener siquiera contacto con el programa”, relata esta médica de 29 años, que aterrizó en Uruguay para seguir sus estudios de posgrado y probar suerte.
Cuando “me fui de Venezuela, ya no me quedaban amigos allá. Se habían ido todos. Vine aquí porque me pareció un país seguro y porque podía ejercer como médico después de un proceso de reválida de un año”, explica.
María Gracia llegó a Montevideo en febrero de 2014 con un amigo y a los pocos meses vino su novio. Estuvo estudiando y trabajando en una tienda para cubrir sus gastos y un día su pareja, sabedor de su pasión por la cocina y por el programa, le animó a presentarse a la segunda temporada.
“No creía estar a la altura, nunca he estudiado cocina ni nada, pero me dije: ¿Porqué no? Es un sueño y capaz que se me da”, así que grabó un video en la cocina de su casa y lo mandó al programa sin muchas esperanzas. Sin embargo, fue seleccionada.
“Durante el concurso seguí trabajando como médico y estudiando. Me pasaba toda la madrugada cocinando, mis compañeros de trabajo me dejaron un montón de libros y dediqué mucho tiempo a probar y aprender”, señala, recordando cómo, en las primeras grabaciones, se le “cortaba la voz” al hablar por su timidez.
Al migrar vas sumando
Ganó la segunda edición de MasterChef en Uruguay esta semana con un postre final estelar: mousse de maracuyá con crocante de chocolate. Y todavía no se puede creer que hace menos de cuatro años estaba en otro mundo. “Ahora me doy cuenta de que viví en una realidad bizarra”, dice evocando el secuestro del que fue víctima en 2013 en la ciudad venezolana de Valencia.
“Temí por mi vida, con un arma apuntándome a la cabeza y con personas que no tienen ningún respeto por la vida ni por la dignidad humana ni por nada”, recuerda. “Te hacen replantearte la vida y decir hasta qué punto merece la pena seguir exponiéndose”.
Ese fue el punto de inflexión que le hizo decidir irse del país, pero aun le quedaba un año para acabar los estudios y se propuso terminarlos. “No fue fácil pero ahora me alegro de haberlo hecho. Me gusta mezclar, y al migrar, vas sumando”.
La migración “puede llegar a verse en algunos momentos como un evento traumático, duro y difícil, pero no me gusta verlo así. Me parece que hay que verlo como una oportunidad de vida que muchos no tienen y que te hace darte cuenta de que las fronteras a veces son imaginarias”, explica, recordando que otros amigos que se fueron han tenido “cuentos de hadas también”.
Sobre la situación de Venezuela, no parece optimista. “La verdad que no sé hacia dónde va mi país, es incierto. Me entristece hablar de la situación. La escasez de alimentos y medicamentos es enorme. No se ve una luz muy cercana”, lamenta, aunque insiste en ver el lado positivo.
A la pregunta de cuál es la fórmula para cumplir los sueños, no tiene ninguna duda: “Donde quiera que estemos, si hacemos las cosas bien podemos lograr lo que queramos. Hay que poner siempre en todo lo que uno hace seriedad, compromiso y corazón”.
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