martes, 19 de diciembre de 2017

La familia del hambre en Venezuela


Publica "El Mundo":

La foto terrible de Joan Alberto, que ha muerto con 13 años pesando sólo 11 kilos, ha sacudido al país.

Pero para su madre la tragedia se repite: su hijo mayor también falleció hace dos años, tan flaco como él.

Ahora el escándalo ha empujado a los hospitales a romper su silencio. Cada semana, según Cáritas, mueren seis niños desnutridos únicamente en Caracas.

Dos señoras viajaban en un destartalado autobús por las deprimidas calles de Guanare, capital del estado venezolano de Portuguesa. Una de ellas le contaba a su compañera la historia que consternaba al barrio de Las Delicias: el vecinito Joan, de 13 años, estaba en los huesos. Literalmente. Una tercera pasajera no pudo evitar intervenir. Ella -dijo- seguía a través de las redes sociales a una fundación que apoya casos como el que estaban comentando.

La información llegó, así, a manos de la Fundación Gotas de Esperanza, que a su vez la compartió con la única diputada opositora de la región centro occidental de Venezuela, María Beatriz Martínez. Sus otros cinco compañeros parlamentarios son del partido del Gobierno, el Partido Socialista Unido de Venezuela, el mismo al que han pertenecido los tres últimos gobernadores de este estado y, por supuesto, el presidente Nicolás Maduro.

De no haber sido por esta conversación en el autobús, la historia de Joan Alberto Fajardo, el adolescente venezolano que pesaba 11 kilos y falleció por desnutrición el 5 de diciembre, no habría trascendido. Habría sucedido como con los cinco o seis niños que, según Cáritas de Venezuela, mueren por no tener comida, cada semana, nada más en Caracas: nadie conoce sus nombres, ni sus historias.

La ayuda para Joan, sin embargo, llegó demasiado tarde. La madre, María, no había podido salir a buscarla antes. No tenía para pagar los 2.000 bolívares (0,02 euros al cambio no oficial) que cuestan los pasajes de los dos medios de transporte que debía tomar para salir de la intrincada zona popular en la que aún vive su familia.

El 23 de noviembre los miembros de la fundación visitaron la vivienda de dos piezas, por primera vez. María había sacado en brazos a Joan de la pieza con dos camas en la que dormían los siete integrantes de la familia -ahora seis- a otra donde lo encontró Leonardo Hidalgo junto con su equipo y una enfermera que los acompañaba.

Pero no ha sido la primera vez que el hambre mataba a un miembro de la familia Fajardo Márquez. Dos años atrás había muerto uno de los hermanos mayores de Joan, también por desnutrición. De los cuatro que aún viven, dos están en bajo peso y otros dos desnutridos. El menor de estos últimos tiene casi tres años y pesa siete kilos. El mayor tiene 16 y pesa 37 kilos. Sus vidas, como las de otros 280.000 niños venezolanos desnutridos, según Cáritas, podrían tener el mismo final que la de Joan en los próximos meses.

Hasta hace dos años, María, de 41 años, trabajaba como empleada doméstica. Cuando el menor de sus hijos, el que ahora tiene casi tres, comenzó a enfermar y a tener convulsiones, ella decidió quedarse en casa para cuidar de él. Tampoco podía pagar ya el transporte. Casi al mismo tiempo, Joan dejó los estudios en tercer grado de educación básica. La familia no tenía cómo mandarlo a la escuela ni qué darle de comer. Sus compañeros le acosaban porque ya estaba muy flaco.

Según cifras extraoficiales -porque oficiales no hay-, cientos de miles de niños venezolanos como Joan han tenido que dejar de estudiar para quedarse en casa, muchas veces a morir. El coste del transporte y la escasez de alimentos son, precisamente, los factores que han influido en el aumento de la deserción escolar en los últimos años.

El único ingreso económico con el que cuenta la familia Fajardo Márquez proviene de trabajos ocasionales del padre, Rafael, de 35 años, como soldador o como «lo que salga». Antes trabajó en la producción de caña de azúcar, en los famosos centrales azucareros de Portuguesa. Pero desde que estos fueron expropiados por el Gobierno y muchos dejaron de operar, se quedó sin la posibilidad de trabajar allí y el país, sin producir azúcar.

Tres veces rechazaron al adolescente Joan en el Hospital Universitario Miguel Oraá, en Guanare, donde finalmente lo admitieron el 24 de noviembre junto con el menor de sus hermanos. Esta vez llevaban una orden de un médico privado al que habían conocido a través de la citada fundación. En la primera de las recaídas de Joan tuvieron suerte de que el padre venía de trabajar en el vecino estado Barinas, y tenía «algo de plata». Pero en sólo tres días se le agotó todo el dinero y sólo pudo comprar dos de las medicinas que necesitaba el pequeño.

A Joan lo rechazaban en el hospital porque supuestamente no estaba deshidratado, aunque el deterioro era evidente. El adolescente había involucionado: gateaba, no podía articular oraciones y miccionaba constantemente. Ya no era el niño vivaz que todos conocían. Pedía agua cada poco. En casa sólo había papaya y plátano para comer.

Según la madre, se puso en ese estado un mes y medio antes de que lo hospitalizaran, porque tuvo mucho vómito y diarrea. Los médicos que lo trataron aseguraron que él ya venía con una desnutrición crónica. Pero además tenía otra complicación: parásitos. Y fue justamente cuando le dieron el medicamento para la parasitosis, en el hospital, cuando se complicó. «Le salían lombrices por la boca y por todos lados», según fuentes conocedoras del caso. Su respiración, como sus órganos, se vio comprometida. Lo trasladaron a Emergencia. Le pusieron oxígeno. Joan ya no interactuaba con quienes lo rodeaban, ni siquiera emitía una sola palabra. Ya no se fijaba en lo que todos traían entre manos, especialmente si era comida. Abría poco los ojos, hasta que los cerró definitivamente el martes 5 de diciembre a las 22.30 hora local.

La primera imagen de Joan que la fundación y la diputada publicaron en Instagram se volvió viral en cuestión de minutos. En Portuguesa y en el resto de Venezuela todos hablaban de él. Muchos se acercaron al hospital a llevarle los alimentos y medicinas que necesitaba. La diputada y la fundación recibieron donativos, incluso, del extranjero.

Pero no todo le llegó a Joan. Cuatro días antes de que muriera, la directiva del hospital impidió que le entregaran un donativo de bebidas proteicas, de las que debía ingerir cuatro cucharadas cada 20 minutos. Alegaban que el niño no lo necesitaba. Ya para ese momento los padres se encontraban muy alterados. Los estaban intimidando porque el caso había salido a la luz pública. El Consejo de Protección del Niño, Niña y Adolescente pretende culparlos.

Lo cierto es que los Fajardo revolucionaron el hospital. Los familiares de otros pacientes comenzaron a hablar y a contar que sus hijos también estaban desnutridos. Algunos trabajadores revelaron que la semana anterior habían muerto otros tres niños, por desnutrición, en ese hospital; pero que de eso no hay pruebas, porque en el momento de ingresarlos no indican en los registros que ésa es la causa. Así que mueren por cualquier otra cosa. No por hambre. No porque la dieta de Maduro mate.
 
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