Publica "El Nacional":
Algunas veces me vienen a la mente aquellos tiempos cuando disfrutaba
de las contiendas electorales, y nuestros vecinos discutían por ver
quién era el mejor candidato, los frentes de las casas se llenaban de
afiches y banderas de los partidos tradicionales, y a veces surgían
acaloradas discusiones, se hacían apuestas, se caldeaban los ánimos,
pero una vez pasadas las elecciones, los vencedores salían en caravana a
celebrar, y ya en un par de días todo volvía a la normalidad, los
vecinos retomaban el trato cordial de siempre, y guardaban sus
diferencias políticas hasta la siguiente contienda electoral.
La gente
no se dejaba de hablar, no se veían como enemigos irreconciliables,
éramos un solo país, no se propagaba el odio ni la división desde las
altas esferas, como política de Estado.
Un presidente, así sea
elegido por una mayoría o por un poco margen de votos, se convierte en
el gobernante de todo el país. Utilizar los poderes públicos para
amenazar, para oprimir a quienes no son sus simpatizantes, no es propio
de un líder, y para ser presidente se requiere de liderazgo, pues en sus
hombros recae la responsabilidad y los destinos de la nación.
Meses
antes de llegar Hugo Chávez al poder, muchos percibimos con justificada
preocupación el ascenso de un candidato cuyo discurso se percibía
cargado de violencia verbal, de vendettas. Pero ese fue el presidente
que eligió la mayoría de los venezolanos, aunque luego más de uno, con
pesar, demostró su arrepentimiento, pues la esperanza por acabar con lo
viejo hizo olvidar que el odio no es la mejor de las herramientas para
desmantelar las viejas y corrompidas estructuras del poder. Hoy estamos
pagando las consecuencias de aquel discurso.
No solo no se demolió lo
que ya no funcionaba, sino que sobre sus ruinas se montó la que
seguramente será la mayor concentración de poder que se haya visto en
nuestro país desde su fundación, y la mayor de las riquezas provenientes
del petróleo. Lo que pudo ser una gran oportunidad de desarrollo y
bienestar para el país más privilegiado de Latinoamérica, se convirtió
en la mayor de sus desgracias.
Desde aquella elección hasta el
presente es mucho lo que hemos perdido, como si hubiésemos sufrido una
gran guerra. Lo que más se añora es la unión entre familias, entre
vecinos. Los venezolanos somos gente por naturaleza abierta, no tenemos
barreras de comunicación, hablamos en un banco, en una cola, en un
autobús, con cualquier persona. Sin embargo, desde que nos dividieron
artificialmente entre los partidarios de un bando o del otro, esa
cordialidad propia de los venezolanos se perdió. Ya no se puede tocar el
tema político en la calle sin que aparezca la hostilidad y los
insultos.
Justo en estos momentos difíciles y convulsivos que
vivimos es cuando se precisa lograr la reconciliación nacional. Es
tiempo de llamar a la cordialidad, a la paz, a la unión de todos los
venezolanos. Eso no significa que tengamos que exonerar a los
responsables de la quiebra económica y moral de Venezuela. La justicia,
más temprano que tarde, exigirá cuentas a los que mal administraron los
recursos de todos los venezolanos.
Pero para llegar a ser un país donde
funcione y se respete el Estado de Derecho necesitamos superar esas
divisiones artificiales que se establecieron para justificar la
persecución de una gran parte de venezolanos. Urge recuperar la
convivencia pacífica, donde los ciudadanos tengan derecho de votar por
partidos con ideologías diferentes y a la vez respetarse mutuamente y
donde los elegidos tengan el deber de gobernar sin humillar a los
perdedores, porque gobernar no es ganar una guerra, sino cumplir y hacer
cumplir la ley.
Os ponemos el enlace a la noticia completa:
http://www.el-nacional.com/yasmin_nunez/Venezuela-requiere-profunda-reconciliacion_0_874712580.html
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