Publica "El Nacional":
Así como @Kawamootoo –la popular japonesa que delira en Instagram por este país– no son pocos los extranjeros que se enamoran de él con la frescura y el optimismo de otra mirada, aun en medio de la crisis. Mientras muchos criollos sueñan con emigrar, tres foráneos comparten qué los cautiva de esta tierra
“Yo nací cuando pisé aquí”
Pedro Gravata
“Tengo 30 años y soy cineasta. Soy de Morada Nova de Minas, Brasil. La primera vez que estuve en Venezuela fue para presentar un documental en 2013. Lo estrené en Caracas y en Barquisimeto y en los dos lugares vi cosas muy buenas. Pensé: ¡qué país! También tengo una compañía de ropa que se llama Gravata y vi que en los centros comerciales la gente compraba mucho: pensé que probablemente podría vender piezas allí, y como la mano de obra era más económica empecé a producir en Venezuela. Desde ese momento he vivido por temporadas en Caracas y Barquisimeto.
Hace poco hice una película que se llama Caribbean Paradise sobre Venezuela. Dura una hora y diez minutos. Los diez minutos muestran la crisis y los problemas, pero la hora completa es para mostrar lo increíble que es el país. Lo recorrí todo y pude conocer a fondo la Venezuela bonita, su cultura, sus lugares, su gente, que para mí es la más alegre del mundo. Tengo un programa en Internet que se llama Guayoyo con Gravata. Ya va por la segunda temporada y en ella voy a conversar con Maickel Melamed, Valentina Quintero, el profesor Briceño y otros invitados. Es un espacio donde entrevisto a venezolanos que hacen cosas buenas por su país.
También hice un espectáculo que se llama “Yo nací cuando pisé aquí” porque es verdad. Venezuela me ha dado mucho. Dicen que nadie es profeta en su tierra y es cierto: mucho de lo que soñé y que he logrado ha sido porque aquí encontré las condiciones y el talento para hacerlo. Por eso también me siento venezolano y lo digo adónde voy… Cuando yo era niño, la tierra prometida de Brasil era Venezuela. Allá pasamos por muchos años de dictadura y presidentes corruptos, pero luego las cosas mejoraron. En 1999 Brasil era uno de los lugares más peligrosos del mundo y en menos de 20 años fuimos sede de un mundial de fútbol y de unas olimpíadas. ¿Por qué en Venezuela no puede pasar lo mismo? ¿Quién dice que no se puede? Todos los países pasan por crisis y malos momentos. Precisamente porque viví esa transición, le explico a la gente que esto es un proceso, pero que ningún país se queda mal para siempre.
Yo sé que hice el camino contrario. La gente de aquí se quiere ir y yo vuelvo todo el tiempo, pero es porque siempre he pensado que Venezuela es como un Ferrari del que nadie sabe dónde está la llave. Si los árabes tienen menos petróleo y aun así lograron construir una ciudad como Dubai en medio del desierto, entonces la reconstrucción de Venezuela va a ser muchísimo más rápida de lo que todos piensan. Son un país con un territorio relativamente pequeño en comparación con Brasil y con todos los recursos para recuperarse y crecer enseguida.
Venezuela es muchísimo más que petróleo, debería ser un país de turismo, por eso filmé Caribbean Paradise. A medida que lo he ido conociendo, lo que pienso es: na’guará, el mundo necesita ver esto... Hay gente que siente que Venezuela no tiene solución porque cree que se han perdido los valores, pero eso no es verdad: eso no se pierde, todo regresa. Los venezolanos que se fueron van a volver, van a estar de nuevo con sus familias, la economía va a mejorar y este país va a ser una potencia mundial, un país del futuro. Nunca he perdido la esperanza en que va a ser así y por eso regreso siempre. Venezuela es un país que todos van a querer visitar y lo vamos a arreglar juntos”.
En Instagram: @gravataaa
Cuerpo gringo, corazón venezolano
Bradley Center
“¡Hola, mi panaaa! Me llamo Brad y tengo 28 años. Vivo en Cincinnati y trabajo en análisis de datos y tecnologías de la información. Mi única noción de Venezuela era que estaba en Suramérica: de hecho pensaba que toda Latinoamérica era muy similar. Desde que conocí a Oriana, mi novia, he ido aprendiendo más de Venezuela y también descubrí que cada país tiene una cultura muy diferente aunque sean vecinos.
Mi cariño por su país viene por ella y por conocer cada vez a más venezuelanos (sic). Me reuní con su familia una Navidad en Orlando y desde el primer momento me hicieron sentir bienvenido, como si lleváramos diez años conociéndonos. Son muy diferentes a la gente aquí en mi país: no es que nosotros seamos fríos, pero ustedes son muy cálidos, muy amorosos, muy divertidos. Decidí aprender español para poder hablar con mi suegrita (también he aprendido algunas groserías; mi favorita es “nawebonaaaaaa”) y abrimos la cuenta en Instagram para practicar el idioma. Le pusimos @gringocomearepa porque fue un apodo que me puso mi cuñado y nos pareció divertido, pero nunca me imaginé que a tantos venezolanos les fuera a gustar. Jamás pensé que pudiera tener 71.000 seguidores. Nunca. Mi mamá está un poco nerviosa porque todavía no se acostumbra a la idea de que tanta gente siga a ‘su bebé’, pero ha sido increíble. Tengo a los mejores fans del mundo y el amor que todos me han dado es quizás la razón principal de esa pasión por Venezuela.
Tengo muchas ganas de visitar el país, aunque todo el mundo me dice que no podemos todavía. Los venezolanos que conozco me han dicho que tengo que ir y que es el lugar más bello del mundo. He visto muchas fotos y me gustaría ir a Valencia (la ciudad de Oriana), Maracaibo, Margarita, el salto Ángel… Quiero ir a un juego de los Tigres en Maracay porque me han dicho que los fans son muy apasionados. Ya he probado los tequeños, el pernil, el pan de jamón, las hallacas… Las cachapas y la malta no me gustan, pero las arepas me encantan, sobre todo la reina pepeada. También escucho Chino y Nacho, Sanluis, Luis Silva, Sixto Rein… Soy fan de Nacho y la sorpresa de conocerlo fue muy cool. Hablamos de su música y de Venezuela y me pareció un gran tipo, muy humilde.
Yo me enamoré de la cultura venezolana a través de una mujer increíble y siento una conexión con los venezolanos que es difícil de describir. No sé cómo explicarla, pero es algo que aquí no tenemos, que es como experimentar una verdadera conexión en esa sensación de que perteneces a algo superior a través de la gente. Por eso digo que mi cuerpo es gringo, pero mi corazón es venezolano. Quiero que los venezolanos sepan que aquí en Estados Unidos también hay gente a la que le importa su país. Sé que esto debe sonarles muy loco porque yo nunca he ido, pero a veces estoy más enterado que Oriana de lo que ocurre allá porque a ella le duele ver las noticias.
Cuando veo por lo que están pasando, me doy cuenta de que aquí hemos sido afortunados porque nunca hemos tenido que pelear con nuestro gobierno por nuestra libertad y a la vez me doy cuenta de lo fuertes y valientes que son ustedes, que son capaces de compartir su cultura y sus risas conmigo y luchar al mismo tiempo. Eso me parece grandioso. Claro que Venezuela va a mejorar. Mis amigos y yo creemos que esta ha sido una oportunidad muy positiva para educarlos sobre Venezuela y sobre lo que está pasando, porque aquí la crisis no recibe mucha cobertura. Ahora ellos y mi familia me preguntan cómo siguen las cosas allá, conocen las arepas y saben quiénes son Chino y Nacho”.
En Instagram: @gringocomearepa
Un romance fácil
Tabaré Alonso
“Tengo 29 años y soy de Uruguay. Siempre tuve el sueño de viajar, conocer y aprender y quería hacerlo de forma diferente y económica para visitar muchos lugares. Dejé mi trabajo en una empresa de sistemas y empecé mi viaje en bicicleta el 20 de marzo de 2016. Había marcado muchos puntos en la ruta Uruguay-Panamá y quería ir a la Gran Sabana y al Roraima desde que vi la película Up; todavía no lo tenía muy decidido, apenas empezando ya escuchaba muchas advertencias sobre Venezuela. Estando en Perú, dije: ¿qué hago? ¿voy o llego directo a Panamá por Ecuador y Colombia? Me la jugué y fueron dos meses pedaleando desde Perú hasta Santa Elena de Uairén.
Ya se estaba yendo mucha gente hacia Manaos y siempre que decía que iba a Venezuela me respondían que no fuera, que me iban a matar, que no había comida, que la guardia me iba a sembrar droga, que tenía que dormir en la copa de los árboles porque me iban a robar todo. Me inyectaron mucho miedo. En bicicleta soy muy vulnerable y no tengo nada para defenderme, pero quería ir a Chichiriviche, Morrocoy, Margarita, La Tortuga, Mochima, todos esos lugares increíbles que veía en fotos. Quería aprovechar el viaje y fue lo que hice. Entré muy alerta y cuando llegué a Santa Elena fue muy extraño, porque en inmigración había cuatro autobuses de personas que se iban. La gente me decía que no entrara, pero después de 3.000 kilómetros no me iba a devolver.
Una vez adentro, me conseguí con muchas personas solidarias en la carretera que me ofrecían un lugar para darme una ducha o descansar. Eso nunca me había pasado. Lo hacía primero con un poco de desconfianza, pero después me decían ‘siéntese aquí para conversar’ y entre ellos hablaban y llegaban con un platico de arroz con yuca. ¿Sabes cuándo ves que alguien saca su comida para dártela a vos? Eso me pasó muchísimas veces. Me invitaban a una casa y alguien no comía o no se sentaba a la mesa por si yo quería repetir. Al kilómetro 88 de El Dorado –del que todo el mundo me había advertido– llegué con un pie muy hinchado y una señora en una frutería me preguntó qué me pasó. Me sentó, me trajo unas pastillas y me puso a remojar el piecito en un latón de agua caliente; insistía en que me quedara a descansar. Su hijo me trajo unas bananas para que me las llevara y un vecino me regaló dinero. Yo traía unos crocs y el hijo de la señora me regaló las chancletas que tenía puestas... ¿Por qué? ¿por qué a mí? Al salir de ahí me senté a procesar todo esto porque estaba superemocionado, y otro señor se paró, me preguntó qué estaba haciendo, me dio diez mil bolívares para comer y se fue. Realmente me conmoví. ¡Qué importante es vivir tu propia experiencia y no dejarse guiar por los miedos de otras personas!
Todo el tiempo me encontré con gente muy solidaria, a pesar de la situación que están pasando. Lo del pie me duró un tiempo y siempre aparecía alguien con un jabón para los microbios o cosas así. Si tuviera que definir al venezolano, diría que es espontáneo, atento, abrazón. A mí me abrieron las puertas: cuando necesitaba a alguien allí estaban y yo no tenía que pedir ayuda, la ayuda venía a mí. Muchos se paraban a preguntarme si estaba bien. En otros países eso no me ha pasado. ¿Sabes lo que es estar sentado en un pueblito y que alguien venga, sin haber cruzado una palabra contigo, a darte un perrocaliente para que comas? Si el sitio que elegía no era seguro para dormir, alguien me advertía. De hecho dormí en muchas alcabalas y cuarteles y siempre me trataron bien. Esos chamos, porque son chamos, incluso hacían colectas para ayudarme.
Entré al país el 6 de noviembre –pensaba quedarme casi dos meses, para luego pasar la Navidad con un amigo uruguayo en Santa Marta, Colombia– y al final terminé quedándome en Venezuela casi seis meses, porque todo el mundo me decía: ¿por qué no te quedas uno o dos días más a descansar? El 24 de diciembre lo pasé en Lechería, en una casita abandonada de una señora que vende perrocalientes y me adoptó. Tenía la playa a dos metros y allí pasé quince días. Si me siento bienvenido en un sitio, me quedo. Una señora que me acogió en Margarita me sugirió que me quedara allá dos semanas más. Fui a Cumaná, Carúpano, Boca de Uchire, Higuerote, Caracas, Maracay, Valencia… Me faltaron los llanos, ir al pico Bolívar, ver el salto Ángel y cruzar el Orinoco, pero voy a volver a Venezuela, claro que voy a volver. Y no va a ser dentro de diez años.
El venezolano nunca me juzgó, aunque no siempre anduviese muy limpio o afeitado. En Venezuela me sentía libre. Podía entrar descalzo a un comercio o andar como quería y nadie me decía nada (si intento eso en Uruguay, me sacan a patadas). La campera con la bandera me la regalaron. Me dieron pulseras, helados, ropa, comidas en casas de familia… ¡Cómo me encariñé con las personas! Me quedaron muchísimos amigos y me iba con mucha pena: tenía que recordarme que debía seguir. Había una profecía que decía que me iba a enamorar de una venezolana y ya no iba a salir. Eso podía haber llegado a pasarme, porque es muy fácil enamorarse de Venezuela.
La solución del país la tiene el venezolano, no la tiene el Papa ni ningún político: pueden cambiar cien presidentes y cien leyes, pero la respuesta la tienen ustedes mismos. Hay millones de personas trabajadoras y son pocos los miles que están perjudicando al país por egoísmo. Es poco el cambio que hay que hacer para que Venezuela salga adelante; es el país más rico de toda América, lo tiene todo. ¿Cómo no va a mejorar una potencia como Venezuela? Uruguay es un país que vive del turismo y la ganadería. Ustedes tienen oro, petróleo, Caribe. Hay tanto para hacer… Me encantaría, sueño con regresar dentro de poco y ver el cambio. Cuando eso pase, por favor, no se olviden de lo que pasaron: que cuando salga ese sol brillante, que no sea una página nueva, sino una continuación de lo aprendido. Estoy tan convencido de que eso es posible porque yo lo viví: todo ese cariño me lo entregaron a mí y lo sentí en carne propia. Sé que ese amor y esa esencia están. A lo mejor a veces un poco dormidos, pero qué cosa más hermosa sería que eso que me dieron a mí cada minuto se lo entregaran entre ustedes mismos”.
En Instagram: @tabarealonso
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