Publica "La Vanguardia":
Han huido solos o, si han podido, con su familia de la
guerra que azota su país. O han sido víctimas de persecuciones, ya sea
por motivos políticos, de religión o de etnia. Cada año, millones de
personas se ven obligadas a dejar sus casas y buscar en otro lugar un
sitio seguro donde comenzar de nuevo. A Catalunya han llegado a lo largo de este año más de 1.300 refugiados, el triple que en el 2014.
La mayoría de quienes han pedido asilo venía de Ucrania
(25,9%) y Venezuela (19,5%), El Salvador (5,9%), Honduras (4,7%) y
Pakistán. Ellos, y los aproximadamente 70.000 inmigrantes de todo el
mundo que durante el 2016 han llegado a Catalunya, pasan estos días su primera Navidad lejos de sus países.
La llegada de inmigrantes a Catalunya acumula cuatro años de ligero crecimiento.
La tendencia se ha invertido, después de los años más duros de la
crisis. De las 59.529 personas que llegaron durante el 2013 se pasó a
70.026 el año pasado y a más de 36.116 durante los primeros seis meses
de este año, y la tendencia se ha mantenido al alza, según los datos del
Instituto Nacional de Estadística. Por nacionalidades, destaca el
incremento de ucranianos, venezolanos y hondureños. Estos ciudadanos
también han acaparado las solicitudes de refugio durante el 2016, un año
récord en peticiones de asilo.
Las más de 1.300 solicitudes tramitadas por la Cruz
Roja (que gestiona la primera fase de acogida de refugiados) las han
presentado personas de 26 nacionalidades distintas. A lo largo del año,
las peticiones de ucranianos han tendido a disminuir, mientras que
durante los últimos meses se han incrementado las de venezolanos,
salvadoreños y hondureños.
Los refugiados procedentes de Siria representan el 4% de los acogidos en
Catalunya durante el 2016, pero esta cifra será la que más aumentará
durante el 2017 si España cumple el compromiso adquirido de traer a
16.000 desplazados por la sangrienta guerra. En Catalunya se espera la
inminente llegada de medio centenar de familias sirias, que se alojarán
en las 50 nuevas plazas de acogida que en enero pondrá en marcha la Cruz
Roja en Berga.
Karina, de 24 años, aterrizó la
tarde del jueves en Barcelona, procedente de Buenos Aires, y por la
noche ya estaba detrás de la barra del bar Bistró 58, el establecimiento
que regentan sus padres, Guillermo Pérez y Yajaira Chiquinquira, desde
el pasado abril en el Eixample. La creciente inseguridad, sumada a la
falta de alimentos y de medicamentos, ha acelerado la salida de
Venezuela de miles de personas en los últimos meses. Guillermo, con
raíces gallegas; su mujer, Yajaira, y el pequeño de sus cuatro hijos,
Alejandro, de 11 años, se instalaron en Barcelona a comienzos de año.
Esta es su primera Navidad en la ciudad. “En
Venezuela, lo que celebramos es la noche del 24, con una cena especial a
base de hallacas, que es una masa de maíz con caldo de gallina y con un
relleno de diferentes tipos de carne, alcaparras, pimentón..., y pernil
macerado. Al llegar la medianoche repartimos los regalos”, cuenta
Yajaira. Ayer reunió en la mesa a dos de sus cuatro hijos, a Karina y a
Alejandro. El mayor sigue en Buenos Aires, donde estudia y hace sus
pinitos como asistente de dirección teatral, y el tercero trabaja en un
restaurante de A Coruña.
David Airob “Este año,
sin comida, sin juguetes, sin regalos, no habrá Navidad en Venezuela.
Si quieres comprar los ingredientes, tienes que ir al mercado negro y
pagar precios altísimos. Nosotros sí cocinaremos aquí los platos
tradicionales, pero no es lo mismo, porque tenemos a hermanos, sobrinos y
amigos en Caracas que lo están pasando mal”, reflexiona Yajaira, que
entra y sale de la cocina sirviendo arepas a los clientes, buena parte
de los cuales son venezolanos.
Relata Guillermo que en Caracas tenía cinco
cafeterías, que el negocio iba bien, pero que el día que le pusieron una
pistola en la cabeza dijo basta. En enero ya estaban aquí y el 23 de
abril abrieron el bar restaurante. “Me he desconectado de la realidad
venezolana a pasos acelerados por salud mental. Lo que busco es paz y
tranquilidad. El otro día tuvimos un grupo de 20 personas y cerramos
tarde. ¡Regresamos andando a casa a las 3 de la madrugada! Eso no tiene
precio”, dice Guillermo.
Su padre y su madre partieron a los 14 y a los 18
años, respectivamente, de su Galicia natal. Muy a su pesar emprendieron
el regreso de vuelta a España hace unos meses. Ahora, en Alzira
(Valencia), recuerdan con nostalgia su país de adopción.
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