Publica "La Vanguardia":
Algo queda claro tras una visita relámpago de 24 horas a Caracas. Quienes más sufren del desabastecimiento de alimentos que ha provocado algún que otro saqueo en Venezuela no son los residentes del barrio opulento de Chacao.
Lo primero que llama la atención al llegar al aeropuerto de Caracas
es que nadie acude a la oficina de cambio estatal. El cambio oficial de
10 bolívares por dólar no interesa. A la mañana siguiente, un taxista
del Hotel Pestana demuestra por qué. Conduce al aparcamiento
subterráneo, se baja del coche con sesenta dólares y al cabo de 15
minutos regresa con una bolsa de plástico llena 46.800 bolívares en
billetes de cien. Eso fue primeros de mayo.
Desde entonces el cambio ha
bajado a 1.000 por dólar en una economía cuya tasa de inflación será del
800% este año, según las previsiones muy aproximadas del FMI. Es una
“espiral de depreciación e inflación”, advierte Mark Weisbrot, del
centro de análisis económico CEPR en Washington.
Este regalo a los pocos turistas extranjeros en el Hotel Pestana más
que compensa el corte de luz diario en el hotel desde las nueve de la
mañana hasta las seis de la tarde, una medida de ahorro que solo se
aplica a los hoteles de cuatro y cinco estrellas. El resto de Caracas no
sufre cortes aunque las provincias sí en una crisis energética
provocada por una larga sequia y la sorprendente dependencia de
Venezuela de la energía hidroeléctrica. “Mi madre vive en Caucagua (un
pueblo a unos 80 kilometors al sureste de Caracas) y durante gran parte
del dia no tiene ni luz, ni agua”, dice un trabajador del hotel .
Bastan cinco billetes de 20 para desayunar en la panadería portuguesa
al lado de la plaza de Francia en Chacao. “Esta es una economía
dolarizada; solo tenemos una quinta parte del pan que necesitamos”, dijo
Claudio, el encargado. Será verdad pero la panadería estaba rebosante
aquel domingo por la mañana de diferentes clases de pan, barras grandes
(a 900 bolívares) , panecitos, pasteles, palmeras, cruasanes...
14.000 bolívares bastaban para un caldo y un plato de pargo a la
plancha en la selecta marisquería Altamar. “No hay cerveza Polar”, se
disculpó el camarero en referencia a la poderosa fabricante de alimentos
y bebidas que acababa de suspender su producción supuestamente porque
le faltaban dólares para comprar materias primas. (Para el gobierno y
los sindicatos de Polar, es parte de una operación coordinada para
sabotear la economía y derrocar a Maduro).
De todos modos, en la
Marisquería Altamar, los comensales -blancos y vestidos al estilo
dominguero- pedían vino para lubricar las abundantes raciones de
marisco, pescado y paella.
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