Encontramos en "Tiempo Digital":
“El saqueo es mi representación”. Aun sin haber leído a Arthur
Schopenhauer, tal podría ser el lema que guía a un venezolano tipo,
vestido con bermudas y con el torso desnudo que, enterado de que un
camión que transporta harina de maíz volcó cerca de su casa, se lanza a
la calle en busca de alimentos en Venezuela.
Advierto, por cierto, algunas diferencias entre la actual epidemia de
saqueos de baja, mediana y altísima intensidad que azota a Venezuela y
los sangrientos motines y masivos robos que, en tres días de febrero de
1989, estremecieron a Caracas y sus alrededores, que dejaron un saldo de
300 muertos y que convinimos todos en recordar como el “Caracazo”.
En aquella ocasión, las decapitaciones y los cercenamientos fueron
cosa común durante las primeras horas de conmoción. Un rezagado llegaba a
la carrera con ánimo de entrar como fuera al supermercado.
Se tomaba a
golpes de puño con la brigada de espontáneos controladores de tránsito
que lo retenían en el umbral de la puerta de vidrio que acababan de
romper. El tumulto no le permitía entrar, pero tampoco recular del todo.
La mayoría de los muertos fue abatida durante la noche por ráfagas de
fusil de asalto que atravesaron la mampostería, las planchas de zinc y
las láminas de cartón de las villas caraqueñas que cubren los cerros
circundantes de la capital venezolana: el ejército había salido a la
calle a “restablecer” el orden del único modo en que saben hacerlo los
militares.
Eso fue hace ya 27 años; no se contaba con la telefonía celular ni las redes sociales. Ni con el “cleptochavismo”.
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