Ahora, por lo que se ve, nos preocupa Venezuela. Tanto inquieta ese
país soberano que reúnen hasta el Consejo de Seguridad Nacional para
abordar el grave proceso de inestabilidad en el que anda sumido. Aunque a
decir verdad esa aparente preocupación rezuma electoralismo por todos
los costados.
Venezuela, la octava isla, como la llamáramos los
canarios, tierra que fue de acogida durante mucho de nuestra gente y en
donde habitan todavía muchísimos, vive tiempos convulsos y con ella los
que allí residen desde hace bastante sin que hasta la fecha haya sido
objeto de interés tan preferente.
Pero como quiera que estamos, otra
vez, en vísperas electorales toca usar el espantajo venezolano como
recurso electoralero, aunque nada tenga que ver con lo que por aquí
sucede y lo que aquí se dirime.
Ahora bien, si se trata de hacer gala de responsabilidad ante la
coyuntura internacional que atraviesan lugares con los que tenemos
especiales lazos históricos y de convivencia, bueno sería también
recordar al Sáhara, que fue provincia española hasta 1975 y territorio
inmerso desde entonces en un conflicto, precisamente por la enajenación
que hizo España de su condición de potencia administradora.
El vecino Sáhara Occidental fue entregado por España a Marruecos y
Mauritania por mor de un acuerdo nunca admitido por la comunidad
internacional, que quedó aún más en entredicho cuando los mauritanos se
retiraron del territorio ocupado, que fue anexionado por el reino alauí.
Desde entonces se han venido desatendiendo las demandas de la ONU, que
exigía, y exige aún, un referéndum de autodeterminación y la
descolonización.
Han pasado 41 años, el conflicto, que se cobró también
víctimas canarias, sigue irresoluto y la incertidumbre continúa
planeando sobre esa tierra vecina, por no hablar del drama humanitario
que sufren los miles de saharauis que habitan en los campamentos de
refugiados de Tinduf.
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